Corrupción y política

Transparencia Internacional (*) es una organización no gubernamental que evalúa el nivel de corrupción en diferentes países. Se puede dudar de su objetividad, pero cualquiera sea el sesgo de sus conclusiones, el hecho de que se ocupe de este tema es positivo. Según el Indice de Percepción de la Corrupción (IPC) que realiza esa organización, la Argentina ocupa este año el lugar número 109, entre 180 países clasificados.

No es mi intención comentar aquí casos específicos de corrupción en la política. No obstante, puede considerarse como tal el hecho de que el actual gobierno haya desactivado todos los organismos del Estado que pueden controlar los ilícitos en el ejercicio de la función pública, como la Sidicatura General de la Nación, la Oficina Anticorrupción, la Comisión Nacional de Valores, la Auditoría General de la Nación y la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas. Lo ha hecho recortando sus atribuciones o poniendo al frente a funcionarios adictos o, como en el caso de la Comisión Nacional de Etica Pública, que a diez años de creada nunca fue constituida.

Me asombra la escasa repercusión que tienen los actos de corrupción en todos los ámbitos. Me refiero al poco interés que demuestran los intelectuales, las clases dirigentes, políticas y de las otras. Esta escasez de respuesta debe tener múltiples causas, pero señalo como una de ellas el hecho de que la corrupción en la Argentina es consuetudinaria y, como todo aquello que se ve todos los días, deja de ser un hecho notable. Lo que en ciertos países provocaría un escándalo, aquí aparece como un articulito en la página cuatro de los diarios, y lo notable es que a veces, los corruptos no se dan cuenta de que lo son: La Secretaría de Turismo pide donaciones a las empresas para rifarlas entre sus empleados a fin de año. Y a nadie se le mueve un pelo, porque aparentemente el hecho carece de importancia, los medios sólo lo consideran “insólito”. Parece casi normal, y si no ¿quién va a ser el estúpido que proteste por esa pavada?


No puede pretenderse que el tema de la corrupción preocupe a gran parte de la población que vive o sobrevive agobiada por innumerables problemas de todos los días; que viaja como ganado, se esfuerza por llegar a fin de mes con un sueldo o una jubilación miserable, está acosada por la falta de seguridad, afligida por la suba del precio de los alimentos, etc. Principal víctima de la corrupción, a este grupo de personas no puede exigírsele mayor responsabilidad en la crítica.

Pero están los otros: sociólogos, politólogos, periodistas, filósofos, escritores, artistas y otros intelectuales. La mayoría de ellos no se expresa o, cuando lo hacen, procuran minimizar el problema. No es raro que encaren sus comentarios recurriendo a dos recetas ampliamente usadas en estos casos y fácilmente identificables para quienes leemos entre líneas. La primera es diluir la responsabilidad entre muchos, cuantos más mejor. Llevando el argumento al extremo, se dice que ésta es una sociedad corrupta y, siendo así, por qué reclamarle conducta ética a cualquiera. La segunda consiste en sostener que a la gente la corrupción no le importa o le importa poco. Quizás esto sea cierto en alguna medida, pero sin duda también somos muchos los que no pensamos así. Para colmo, esta posición dura que asumimos es a veces criticada y tildada de “honestismo”, como si eso fuera un disvalor.

Los slogan son conocidos: Corrupción hubo siempre. Todos los países tienen corrupción. Éstos no son los únicos que afanan. Roban pero hacen. Si se chorreó se trata de daños colaterales. De la corrupción no hay que hablar porque beneficia al enemigo. A la gente no le importa, está en otra. La prensa siempre busca los escándalos.

Sin embargo, la corrupción hambrea, mata, es aliada del delito y el crimen, ¡cómo no denunciarla!

En este blog y sobre este tema podés ver también:
Vale todo: http://blog-de-al.blogspot.com/2010/03/vale-todo.html
El saqueo continúa:  http://blog-de-al.blogspot.com/2010/04/el-saqueo-continua.html

(*) http://www.transparency.org/