La política argentina, aunque no en forma demasiado abundante, siempre ha contado con una buena cantidad de animales, dicho con todo respeto. Ya son historia el astuto zorro (Roca) y un animalito de nuestras pampas; el peludo (Yrigoyen). A mediados del siglo pasado se mencionó el aluvión zoológico que arribó al Congreso y enseguida aparecieron los gorilas. Después, al pobre doctor Illia lo compararon injustamente con la tortuga. Ya en épocas más recientes Charles of La Rioja fue identificado por Aliverti como la rata, aunque nunca lo llamó así su colega Verbitsky, alias El perro. En nuestros días pululan toda clase de bichos: buitres que comen bonos del tesoro, chanchos afrodisíacos para reemplazar al Viagra, pollos voladores y hasta perros opositores que se la pasan ladrando. Y no olvidemos a los pingüinos, uno de los cuales, se chimenta, es amigo de varios peces gordos de las finanzas. En cuanto a la presidenta, me abstengo de mencionar el animal que algunos irresponsables asocian a su figura por respeto a su investidura.
Nadie, oficialista u opositor, se ha privado de agregar un bípedo o un cuadrúpedo a la lista. Me indigna, los animalitos no se lo merecen. Que la Sociedad Protectora de Animales no se haga la burra y que levante su voz de protesta.
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